[Por Isaías Nadal Saifán]: El Futuro de los debates democráticos: Nadie puede negar el papel crucial que desempeñan las redes sociales en el debate democrático. A medida que los medios tradicionales pierden su influencia, plataformas como X o TikTok emergen como nuevos espacios de discusión pública, en los que los ciudadanos asumen un rol activo en la formación de ideas y en la construcción del discurso colectivo. Tanto es así que elecciones completas han sido decididas gracias a la llamada “militancia digital”. En principio, la democratización de la conversación y la multiplicación de voces no deberían suponer un problema para la democracia; al contrario, representan su esencia. Sin embargo, el panorama cambia drásticamente con la irrupción de nuevos actores en el debate público: actores que no son humanos, pero que nos conocen mejor que nosotros mismos y tienen la capacidad de influir en nuestras decisiones mediante campañas calculadas al detalle. Nos referimos a los bots.
Para que una democracia funcione, deben cumplirse dos condiciones básicas: debe garantizarse un debate público libre sobre cuestiones fundamentales, y debe mantenerse un mínimo de orden social y confianza en las instituciones. Sin embargo, el debate libre no puede derivar en anarquía. Frente a problemas urgentes y complejos, el discurso público necesita regirse por normas aceptadas y mecanismos legítimos que permitan alcanzar decisiones colectivas, aunque estas no agraden a todos.
La evolución de las tecnologías de la información –desde el periódico hasta la radio y la televisión– posibilitó la expansión de las democracias a gran escala, algo que en la antigüedad era impensable debido a las limitaciones en la transmisión de información. En ese contexto, las redes sociales parecían un paso más hacia la apertura y la inclusión. Sin embargo, su aparente facilidad para sumar voces al debate público ha generado una conversación más amplia, sí, pero también más caótica.
Cuando nuevos grupos humanos se incorporan al debate público, el proceso puede generar tensiones, pero también oportunidades: obliga a renegociar las reglas y, con ello, a hacer más inclusivos los sistemas democráticos. Sin embargo, el ingreso de un actor no humano en esta conversación plantea un desafío sin precedentes. Por primera vez en la historia, la democracia no solo enfrenta una multiplicidad de perspectivas humanas, sino también una avalancha de voces artificiales. Según estudios recientes, en 2020 los bots generaron más del 40 % de los tuits publicados, y para 2022 se estimaba que, aunque solo el 5 % de los usuarios de X eran bots, producían cerca del 30 % del contenido total. Estas cifras revelan un panorama inquietante: en un debate sobre algo tan trascendental como quién gobernará un país, ¿qué ocurre cuando muchas de las voces que escuchamos no pertenecen a personas reales?
El problema se agrava cuando analizamos el contenido generado. Originalmente, los bots se limitaban a amplificar mensajes creados por humanos mediante la difusión masiva. Sin embargo, las inteligencias artificiales generativas han transformado esta dinámica. Hoy, herramientas como ChatGPT pueden no solo replicar información, sino también elaborar manifiestos políticos convincentes, generar imágenes y videos ultra realistas e, incluso, establecer relaciones de aparente intimidad con los usuarios. Según un estudio de 2023, los humanos detectan fácilmente la falsedad en desinformación creada por otros humanos, pero tienen muchas más dificultades para identificarla cuando es generada por una IA.
¿Qué implicaciones tiene esto para los debates democráticos? Imaginemos un escenario donde ejércitos de bots superinteligentes elaboren discursos persuasivos, se ganen nuestra confianza e influyan en nuestras opiniones. Mientras nosotros debatimos ideas, ellos nos observan, ajustan sus argumentos y refinan sus estrategias, no con el objetivo de buscar la verdad, sino de moldear nuestras creencias. En este contexto, la intimidad se convierte en un arma poderosa: los partidos políticos, e incluso gobiernos extranjeros, podrían desplegar bots diseñados para crear vínculos personales con millones de ciudadanos, manipulando sus perspectivas desde la cercanía emocional.
Peor aún, los bots no se limitan a unirse a las conversaciones; en muchos casos, las inician y moldean las reglas del debate. En el pasado, aunque los medios de comunicación tradicionales podían censurar y manipular opiniones, al menos eran dirigidos por humanos cuyas decisiones podían ser sometidas al escrutinio democrático. Ahora, algoritmos opacos y bots inescrutables están asumiendo ese rol, y su falta de transparencia los hace mucho más peligrosos.
Si permitimos que estos actores artificiales dominen la conversación pública, el debate democrático está condenado a fracasar en el momento en que más lo necesitamos. Justo cuando debemos tomar decisiones fundamentales sobre estas tecnologías en rápida evolución, corremos el riesgo de inundar la esfera pública con desinformación generada por máquinas, hasta el punto de que los ciudadanos ya no sepan si están debatiendo con una persona o con una máquina diseñada para manipularlos. La falta de consenso sobre las reglas básicas del debate, combinada con esta desinformación masiva, podría derivar en anarquía. Y, como muestra la historia, el caos tiende a abrir las puertas a dictaduras, en las que la gente está dispuesta a sacrificar su libertad a cambio de una ilusión de certeza. Isaías Nadal Saifán
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